Conocí al escritor Patxi Irurzun hace muchos años cuando los dos trabajábamos en una fabrica de porcelana. Allí pasábamos mañanas, tardes y noches, hasta algún fin de semana cuando tocaba, entre platos, fuentes y tazas de café.... Más tarde la empresa cerró sus puertas y los dos seguimos nuestro camino con nuestras inquietudes artísticas a cuestas y volviendo a trabajar en cualquier agujero laboral cuando la necesidad económica lo ha requerido.
Patxi Irurzun |
El año pasado me puse en contacto con Patxi con la idea de hacer una letra para una música totalmente tabernaria en la que estaba trabajando. Así nació Jean Lafitte, una de las canciones incluidas en el tercer disco de Vendetta "Fuimos somos y seremos". El resultado no pudo ser mejor y me ha encantado volver principios del siglo XIX y poder cantar desde un rincón de una oscura taberna de New Orleans las correrías de ese viejo Bribón, pero bueno... que sea el propio Patxi el que os cuente su historia:
Yo
soy Jean Lafitte
por Patxi Irurzun
por Patxi Irurzun
La historia, ya se sabe, está
escrita siempre por lo vencedores. A los demás nos quedan los cuentos, las
leyendas, la poesía… Y las canciones. La historia de Jean Lafitte, un pirata,
un libertario, alguien que nunca fue vencido ni sometido, no tiene, pues,
dueño, y por eso algunos afirman que nació en Baiona, donde nacían, entre
montañas azules y mares verdes, los corsarios, y otros que lo hizo en Haití, o
en Nueva Orleans, junto a la casa del sol naciente, allá donde se hizo pirata.
En nuestra canción Jean Lafitte es sin lugar a dudas un pirata vasco, porque
los vascos, como diría Marc Legasse, nacen donde quieren, allá donde sobre sus
cabezas no haya una bota ni la sombra amenazante de una bandera ondeando (incluso
si esa bandera es la propia bandera). Jean Lafitte es vasco como lo son
Buenaventura Durruti, The Clash o Emiliano Zapata.
Como a la de tantos otros
piratas, a la cabeza de Jean Lafitte le pusieron precio los que escriben la ley
(o lo que es lo mismo, la historia), aquellos que no entienden que hay cosas
como la libertad a las que no se puede poner precio. Puestos a poner precio,
Jean Lafitte doblaba el valor de la recompensa y ofrecía 1500 guineas a quien
le trajera la cabeza del gobernador de Nueva Orleans. 1500 y un barril de ron.
Las tripulaciones piratas las
componían casi siempre los desheredados de la tierra, los muertos de hambre,
los marginados, los descreídos, los malditos, los nadies, aquellos que solo
podían vivir, a los que solo dejaban vivir en el mar, donde no existían
fronteras ni dueños ni credos ni otra ley que la de las mareas, el viento, el
sol y las tormentas. Los piratas únicamente bajaban de sus barcos para despojar
a los poderosos y a quienes agachaban la cabeza ante ellos o, en ocasiones, para
intentar fundar sociedades libertarias. Cofradías de piratas, como los hermanos
de la costa, intentaron establecerse en tierra, en pequeñas islas como Tortuga,
y vivir rigiéndose por una especie de socialismo utópico, algo impensable en el
seno de las naciones. Los piratas nombraban a sus propios capitanes, repartían
equitativamente los botines, gozaban de libertad para abandonar la
hermandad… (se adelantaron, persiguiendo
el sol, a su época, aunque tampoco lograron desprenderse de otros lastres de la
suya, y en las sociedades piratas las mujeres no tenían ningún derecho, y los
esclavos no eran personas sino parte del botín —el propio Lafitte fue en alguna
ocasión traficante de esclavos, pero eso es lo que cuenta la historia, y no
nuestra canción—).
La isla Utopía de Jean Lafitte se
llamó Barataria, un pequeño reino que estableció en la bahía de Nueva Orleans, en
la desembocadura del Misisipi, entre las ciénagas, los caimanes y los hombres
libres y salvajes. No es casualidad que Barataria sea también el nombre de la
isla cuyo gobierno otro idealista, otro vasco, Don Quijote, ofreció a su
escudero. Ni tampoco que Lord Byron, el poeta romántico, el inquieto
revolucionario, se inspirara en Jean Lafitte para escribir su poema ‘El
Corsario’. Como no lo es que haya quien afirme que buena parte de lo obtenido
por nuestro pirata en los abordajes fuera a parar a una cuenta de un banco en
París abierta a nombre de unos jóvenes desconocidos llamados Karl Marx y Friedrich
Engels para sufragar la edición de un libro titulado “El manifiesto Comunista”.
Hay decenas de leyendas
atribuidas a Jean Lafitte: hijo de una judía española sefardí perseguida por la
Inquisición, dandi y vividor en Luisiana, cartógrafo en Arkansas, desaparecido
misteriosamente en la península de Yucatán… Probablemente el propio Lafitte,
antes de que otro escribiera su historia por él, se encargó de lanzar al viento
todas esas leyendas, para que los demás lo recogiéramos y las recreáramos y con
ellas un mundo que nos pertenezca y que nunca puedan arrebatarnos. Para que
reescribiéramos nosotros la historia con nuestros cuentos, nuestras poesías… Y
con nuestras canciones.
Blog de Patxi Iruruzun : http://ajustedecuentos.blogspot.com
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